Escrito por Yuliia Kliusa
10/11/2023 09:06:58 en Historias
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El día había amanecido encapotado. El parte meteorológico anunciaba temporal de levante y olas de más de cuatro metros. Martín Rivadavia...
Martín Rivadavia, ataviado con chubasquero con capucha y pantalones impermeables, consultó una vez más la previsión del tiempo en el móvil. Chasqueó la lengua al comprobar que el Underwater World no podría salir del puerto. Pensó qué hacer. Lo suyo sería limpiar el barco, dejar las cubiertas impolutas. Pero el frío le atenazaba y el malhumor empezaba a hacer mella en él. «Dormiré todo el día. Sí, eso es lo que haré», se dijo.
—¡Eh, capitán!
Martín Rivadavia se giró. En el muelle estaba su compañera Sandra Soler, abrigada hasta las cejas. Solo dejaba a la vista sus bonitos ojos verdes.
—¿Qué haces estas fiestas? —le preguntó.
—Pensaba salir a navegar, pero ya ves la que se prepara, así que me quedaré aquí dormitando como un oso en su madriguera hasta que tu hermano se digne a enviarnos clientes.
—Pues ya tienes uno.
—¿Para cuándo?
—Para la mañana del día de Navidad.
—No me digas que alguien quiere bucear ese día.
—Se trata de mi abuelo.
—¿Tu abuelo? —Martín arqueó las cejas en señal de asombro—. ¿Cuántos años tiene?
—Ochenta. Y jamás ha buceado, aunque es su mayor ilusión. Ya ves, tiene una hija enamorada del mar y del mundo submarino y nunca ha tenido un momento para ello. Mi hermano y yo hemos pensado que sería un buen regalo de Navidad para él. ¿Qué opinas?
—Opino que nunca es tarde para iniciarse en el buceo, así que por mí adelante.
—Pero si tenías otros planes lo dejamos. Quizá estos días de fiesta tenías previsto subir a un avión y marchar a Buenos Aires para reunirte con tu familia.
—Ah, no, qué va. En Buenos Aires no me espera nadie —farfulló Martín con la cabeza gacha.
—Bueno, entonces lo tiramos adelante.
—De acuerdo, aquí estaré. Esperemos que el tiempo mejore —dijo Martín con cara de pocos amigos.
La mañana del día de Navidad lucía un sol radiante. El frío se había tomado un respiro. Martín se bebió un café bien cargado y preparó los equipos. Sobre las nueve llegó Sandra acompañada por un hombre alto y delgado, de cabellos grises y ojos verdes como los de la chica. Vestía un tabardo del siglo pasado y pantalones de pana de color gris.
—Vamos, abuelo, a bordo.
—Ay, hija, vaya encerrona que me has preparado.
—¡Qué dices! Pero si lo estabas deseando. Mira, te presento al capitán Martín Rivadavia.
—¿Usted es el famoso argentino?
—Tanto como famoso…, su nieta exagera.
—Yo me llamo Joaquim, Quim para los amigos.
—Es un placer conocerle. —Martín le estrechó la mano.
—Sandra no para de contarme sus aventuras con usted, con este barco, en alta mar. Le tiene gran aprecio.
—Ya basta de cháchara, abuelo —le cortó Sandra, un tanto incómoda—. Martín, pon rumbo hacia el Garraf.
—De inmediato.
El Underwater World emitió un ronroneo que a Martín le sonó a música celestial. Minutos más tarde, el buque salió del puerto por la bocana sur.
Sandra entró en la sala de mando con una barrita energética en la mano.
—Te traigo una de chocolate y caramelo, tu preferida.
—Gracias. Oye, tu abuelo…, supongo que está bien de salud.
—Un médico le ha hecho un chequeo general siguiendo el cuestionario estándar. Es apto para la actividad, Martín, no te preocupes. Está fuerte como un toro. Pero aún así, está el seguro obligatorio que cubre cualquier situación de emergencia. La seguridad es lo más importante de nuestro oficio.
—Así es.
—Eso sí, está nervioso como un flan.
—Es normal, pero ya sabes que los nervios se pasan pronto. Luego todo es disfrutar.
—¿Todavía recuerdas tu primer bautizo?
—Como si fuera ayer —dijo Martín con un poso de nostalgia.
—Vamos a ponernos el traje.
—Sí, llegaremos enseguida.
Sandra y su abuelo se equiparon con el traje de neopreno con escarpines para protegerse del agua, aletas para nadar con los pies, sistema de lastre —plomos—, botella de aire comprimido con su regulador de aire y el alternativo, máscara con tubo y chaleco para el control de la flotabilidad.
Martín fondeó con dos anclas en la bahía del Garraf y revisó por última vez los equipos.
—Todo correcto. Señor Quim, su nieta es su instructora. Debe seguirla allá por donde vaya y tener contacto visual para entender sus señales.
—Sí, ya le he explicado lo que indican los gestos: “todo va bien”, “vamos hacia esa dirección”, “subimos”, “bajamos” y otras.
—Ya me las sé de memoria —aseguró Quim.
—El ritmo de la respiración debe ser relajado y lento. Durante la inmersión esté tranquilo, así evitará un consumo rápido de oxígeno. No nade con las manos, déjelas a un lateral del cuerpo, para no hacer esfuerzos físicos; para nadar utilice las aletas de los pies.
—Entendido, capitán.
—Una última cosa, abuelo. Tienes que taparte la nariz con el dedo pulgar e índice, así, para compensar los oídos, por cada metro de profundidad que bajemos.
—Pero ¿es que acaso me vas a llevar a la fosa de las Marianas? —preguntó Quim, jocoso.
—Casi, abuelo. Ya lo verás —bromeó Sandra.
—Como bajará a unos cinco metros no será necesario hacer paradas intermedias, pero siga las indicaciones de su nieta; ella dispone de un reloj de mano con todos los datos de la inmersión.
—Ahora voy a regularte el jacket para que puedas tener una flotabilidad adecuada bajo el agua y no estar subiendo y bajando. ¡Listo!
—¿Cuánto va a durar esto, hija? —preguntó Quim con la voz quebrada por la emoción.
—Pues hasta que la botella de aire esté prácticamente agotada, entre cuarenta y cincuenta minutos. Se te pasarán rápido, ya lo verás.
—Bueno, capitán, ha sido un placer conocerle, lo digo por si no volvemos a vernos.
—Nos veremos pronto, señor Quim.
—Recuerdo que la vez que estuve en Buenos Aires me zampé un asado completo, con carne, costillas, chorizos y chinchulines… ¡Cómo disfruté! ¿Cómo se llamaba el restaurante? Ahora no recuerdo…
—¡Abuelo! ¡Que me está entrando hambre! ¡Al agua! —apremió Sandra.
—Una última pregunta antes de despedirme. ¿Conoce un buen restaurante argentino en Barcelona, señor Rivadavia?
—Solo uno.
—Pues a la vuelta me entrega un papelito con la dirección.
—Con mucho gusto. ¡Buen bautizo! —Martín aguardó a que Sandra y su abuelo se sumergieran para regresar al puente de mando. Clavó la mirada en la barrita energética que había dejado sobre el diario de navegación—. Ah…, creo que ese snack será mi menú para la comida de Navidad —se dijo en voz alta.
Cincuenta minutos más tarde, Sandra y su abuelo salieron a la superficie. Martín les ayudó a subir a bordo. Quim no paraba de agitarse, nervioso.
—Tranquilo señor, yo le saco la máscara…, ya está.
—¡Ha sido fantástico! Usted…, usted ha estado muchas veces ahí abajo y lo sabe, ¡qué le voy a contar! ¡Qué calma, qué tranquilidad!
—Hemos visto pulpos, sepias, estrellas de mar… —habló Sandra, emocionada.
—¡Y delfines! ¡Cuatro delfines! ¡Fantástico!
—Me alegro de que le haya gustado, señor Quim.
—¡Deja lo de señor para otro! Ahora ya soy Quim a secas.
—Abuelo, Martín es argentino, te va a tratar de usted o de vos aunque no quieras, es su manera de ser.
—¿Qué planes tienes para la comida de Navidad, Martín? —preguntó Quim.
—¿Planes? Ninguno. Comeré aquí, en el barco.
—¡De eso nada! ¡Tú te vienes con nosotros! ¡Nos vamos a un restaurante argentino!
—Pero abuelo, que nos espera mi hermano en su casa…
—No, no, ¡hay que celebrar mi bautizo, carajo! ¡A comer a un argentino, uno de esos que Martín conoce!
—No sé, señor, no tengo por costumbre…
Sandra miró fijamente a Martín y le suplicó con la mirada, achinando sus bonitos ojos verdes, que aceptara.
—Está bien.
—¡Estupendo! ¡Genial! —exclamó Quim—. ¡Hoy voy a sacar el buche de penas!
—Con moderación, abuelo, comerás con moderación que luego el médico te mete bronca.
—¿Comer con moderación en un argentino? ¡Martín, dile a mi nieta que eso no es posible, y más el día de Navidad!
—Tu abuelo tiene razón. ¿Cuántos seremos? Lo digo para reservar la mesa.
—Seis. Mis padres, mi abuelo, mi hermano, tú y yo.
—Gracias por este regalo, hija. —Quim abrazó a Sandra y le dio dos besos en las mejillas.
—De nada, abuelo. —El rostro de Sandra se iluminó con una gran sonrisa.
Martín encargó la mesa y luego puso rumbo hacia Barcelona. Miró de reojo la barrita energética, la cogió y la guardó en el chubasquero que tenía colgado en una silla. «Me la comeré, pero hoy no», se dijo, feliz.
Jaume Ballester. 2020.
Breve reseña del autor:
Jaume Ballester (Badalona, 1971) empezó a escribir de niño, y a los veinte años ya había escrito más de diez libros, todos ellos aún inéditos. Inició su carrera literaria en el año 2015 con Paro, novela basada en testimonios de personas en desempleo. En el año 2019 publicó la antología de cuentos cortos El niño rata y otros cuentos macabros.
www.jaumeballester.blogspot.com
Comentarios
Muy bien explicado el tema buceo! Tal cual fue mi primer experiencia, salí muy feliz y satisfecha del agua, y no solamente por lo que vi, si no también por haberlo echo! Es realmente increíble!
Me ha gustado mucho. Adecuado para estas fechas, y además da ideas de regalo para la familia. <br/>Lo tendré en mente!
Jaja, que buena historia!
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